GREGORIO MONJE, HASTA SIEMPRE
PERIÓDICO EL MUNDO
Lunes, 25 de Septiembre de 1995
PARA GREGORIO MONJE
José M. de la Quintana
Es difícil explicar este tránsito donde nos afanamos a un tiempo y sus circunstancias, envueltos en poco tiempo en un montón de preocupaciones, problemas, para casi sin darnos cuenta, antes de tiempo, siempre, desaparecer, no volver nunca, traspasando esa puerta, es una puerta no un abismo, de la que regresar no se puede.
Gregorio nos ha dejado. Sin avisar, con discreción, casi en silencio, mirando ese horizonte del mar que es la antesala de un cielo mayor, Gregorio Monje se despidió de nosotros para siempre. Hombres como él eligen por su cuenta y él creyó en esa patria chica que es un barrio y esa otra, más difícil si cabe, que forma la familia. Desde hace mucho su idea estaba perfilada y a base de horas, días y años creó una bodega desde donde poder desarrollar todo ello en lo que creía, La Ardosa, una de las primeras cervecerías de Madrid donde se tiraba otra cerveza. Allí aprendimos de sus labios a distinguir las infinitas posibilidades y variaciones de la cerveza y los tipos de fermentación, los grados, el léxico, el país, el rincón, y el porqué, allí aprendimos el significado de Pilsen, bock, conocimos la cerveza negra, los diferentes tratamientos, las naturales, de abadía, las de trigo, las que fermentan en la propia botella, etcétera, él quiso descubrirnos esa otra manera de riqueza y felicidad que guardan las diferentes cervezas.
Su bodega era lugar de peregrinaje de todo tipo de personajes, que cuando hablaban de cerveza incluían naturalmente a La Ardosa. Y La Ardosa, chiquitita, especial, correspondía a esas exigencias de distinción y naturalidad de lo genuino.
Gregorio y su familia, crecieron, no en soberbia, sino en trabajo, y a la edad en que uno puede empezar a retirarse, inició su último reto, que consideraba necesario para su barrio y quiso para esa zona entre Colón y Valverde, The Quiet Man, taberna irlandesa, original, distinta y auténtica. Y la distribuidora, claro. Una empresa familiar que no sale de la patria chica, sino que desde allí trata de ramificarse, llegar hasta los confines de su deseo o su sueño.
Cordial, hablador, entendedor, buena persona, ¿quién no ha sido testigo de alguno de sus berrinches mañaneros, ahogados tomando una cerveza en su bodega? Ahora Gregorio no puede servirnos esa cerveza o comentar el origen de la Pilsen; a sus hijos cabe la suerte y el compromiso de continuar su labor, de comprender la diferencia, siempre sutil y siempre difícil e entre trabajar y creérselo, de cuidar el barrio como si fuera la propia tierra y con humildad mostrar esa sabiduría de lo que está bien y hecho y siempre por hacer. Gregorio, te doy las gracias por lo que aprendí de ti y me despido con esa última forma de esperanza de los que vivimos en esta tierra extraña, hasta siempre.
(El funeral por su alma se celebra hoy, día 25, a las 20,30 horas, en la Iglesia de San Ildefonso).
LA GUÍA DEL OCIO DE MADRID
Septiembre de 1995
Gregorio Monje, dueño de las Bodegas La Ardosa, The Quiet Man y la distribuidora Car Services S.A., nos ha dejado. Un accidente este verano mientras descansaba hizo que, lamentablemente, Gregorio se despidiera de nosotros para siempre. Hablar de él, es hablar de un maestro en cuanto al conocimiento de la cerveza, en Madrid. Su bodega siempre fue punto de encuentro de novatos y entendidos que discutían con él, siempre con esa simpatía contagiosa que tienen los mejores, los orígenes y procedencias de las distintas cervezas. Hizo, por este delicado y maravilloso líquido, algo más, nos enseñó a apreciarlo, a quererlo, a hacerlo insustituible en nuestra mesa, antes y después. Ahora, solo nos queda su recuerdo y la labor de su vida, una familia y un negocio. Sus tabernas La Ardosa y The Quiet Man gozan de buena salud y desde estas páginas nos hacemos cábalas para que siga así. Como siempre quiso, enamorado de esas dos patrias, de cada hombre, la familia y el barrio. Del barrio esperamos un homenaje a quien tanto hizo por él. Y nada más, expresar desde estas páginas nuestro afecto a quien nos pareció de siempre una persona maravillosa y que apreciábamos de verdad, Gregorio Monge, hasta siempre maestro.
DIARIO 16
10 de Mayo de 1996
LICENCIA PARA EL RECUERDO
Álvaro L. Del Moral
Venir a estas alturas con eso de que sus muebles han sido importados directamente de Irlanda es como no decir nada. Afirmar que allí se encuentra ubicada la sede del Fútbol Club Británico o reincidir en señalar que su carta incluye platos hindúes, es llover sobre mojado, puesto que de todo eso se escribe hasta la saciedad cada vez que sale a relucir el tema de The Quiet Man, un local que acaba de cumplir sus tres años de existencia. En cambio, de quien no se ha hablado demasiado -probablemente nunca se haga- es de Gregorio Monje, artífice de este bonito lugar y eje vertebrador del barrio de Maravillas, cuya muerte nos pilló por sorpresa este pasado verano a todos los que le conocíamos.
Desde que en 1970 se hizo cargo de las bodegas La Ardosa, Gregorio pasó a ser una parte fundamental en el paisanaje urbano. Frecuentado por gentes de muy variado pelaje, su recogido Iocal no sólo se preciaba de contar con el primer grifo Guinness inaugurado en Madrid, sino también de ser único lugar donde estuvo rompiéndose una lanza por espacio de cinco años consecutivos en favor de San Patricio. Naturalmente, eso fue antes de la actual fiebre irlandesa que asola nuestra ciudad, cuya explosión ha dado lugar a la aparición de garitos tan significativos para el avezado lector que frecuenta esta sección como La Fontana de Oro, The Irish Rouer o Moby Dick.
Anticipándose a ellos, Gregorio supo ver rápidamente las ventajas que suponía apuntarse a la moda cervecera. En 1986, su empresa, Car Services S.A., obtuvo la licencia necesaria para distribuir la mencionada bebida. Convertido en el ojito derecho de Guinness, aún tuvo que esperar un par de años antes de decidirse a inaugurar lo que pasará a la historia como el primer bar madrileño genuinamente irlandés. Pero los permisos no tardaron demasiado: un buen día llegaron los carpinteros, tomaron las medidas del solar que entonces ocupaban unos billares ruinosos y lo trajeron ya hecho.
«El bar entero vino a bordo de un barco», explica Ángel, hijo del finado y en cargado de la sala. »Este tipo de instalaciones suelen ser prefabricadas, aunque luego nosotros le hemos ido añadiendo cosas de nuestra cosecha. Como unos cuantos espejos propios de los años 20 o un sofisticado ábaco de la época victoriana”.
Tras la muerte de Gregorio, el negocio continuó funcionando a su ritmo habitual, aunque a partir de entonces fueron su esposa y tres hijos los encargados de perpetuar la tradición hostelera a bordo de esta taberna, que pasó a convertirse en la cabeza visible de su holding familiar.
Inauguración de The Quiet Man, Octubre 1993
«Tenemos actuaciones musicales casi a diario». Comenta Ángel, «y hemos incorporado a nuestra programación la retransmisión de todos los partidos de la liga inglesa. La verdad es que no nos podemos quejar, teniendo en cuenta la crisis que está viviendo el sector. Tenemos el local lleno de gente. Y no solo vienen a beber. En nuestra cocina, por ejemplo, se preparan las mejores especialidades de comida india y de cocina irlandesa. Aunque, curiosamente, lo que más piden es carne de vaca, que suele salir riquísima. Al margen de eso, también tenemos todas las marcas de cerveza y whisky -nosotros recomendamos particularmente el de Malta-, y los sábados damos desayunos irlandeses. Gracias a Dios, las cosas van incluso mejor que como las dejó mi padre».