PINTAN JARRAS
PERIÓDICO ABC
Suplemento de Gastronomía 1995
LA CERVEZA: PINTAN JARRAS
José Ángel Mañas
O tercios, o minis, o quintos, o botijos, o litronas. No hay en el mundo taberna portuaria, pub exquisito o chiringuito playero que se resista a servirlas. José Ángel Mañas, finalista del premio Nadal 1994, les lleva de cañas. Salud.
Si cogiéramos los libros de Bukowski y pudiéramos exprimirlos como toallas, nos quedaríamos sorprendidos al ver la cantidad de litros de cerveza que destilarían. No creo que encontráramos una sola página que no estuviera impregnada por esta bebida Por eso no es una mera coincidencia que fuera el mismo amigo que me había hecho descubrir a Bukowski quien me llevó por primera vez a La Ardosa. Este amigo, que se llamaba ZX, era un chaval bajito y achaparrado que exhibía, orgulloso, una barriga de dimensiones poco corrientes para su edad. «Años de cerveza» decía. Era un purista de la bebida que nos despreciaba por emborracharnos con minis de cerveza aguada. «Guarradas», exclamaba. ZX había vivido un año en Inglaterra y otro en Irlanda, durante los cuales había dejado de ser un sacrificado bebedor de whisky y se había convertido a la cerveza. Cuando me llevó a La Ardosa y le dije que la Guinness no me gustaba, me miró como si fuera un extraterrestre.
– Tú lo que has probado no era Guinness. Hazme caso.
Pidió dos pintas y, mientras esperábamos a que el camarero las tirara, eché un vistazo a las reproducciones de las pinturas negras de Goya que decoraban las paredes. Un cuarto de hora después, no había terminado el camarero de tirar las dos pintas. Lo hacía poco a poco, dejando que la densísima espuma fuera convirtiéndose en líquido. Comiendo unas empanadas, ZX admiraba la cerveza
– Qué belleza. ¿Has visto alguna vez una cerveza tan bella? ¿Te has fijado en ese color? Pero fíjate bien en esa espuma y aprende cómo se tira una Guinness, joder. Cuando probé la Guinness, aquel gusto amargo y la espesa espuma color café acabaron con todos mis prejuicios.
El camarero me explicó que si la Guinness era buena, la espuma tenía que ser tan espesa que una moneda de cinco duros no se hundiera en ella. No hice la prueba, pero puedo asegurar que desde entonces he vuelto muy a menudo a La Ardosa y a otros bares especializados en cerveza. Al margen de la Guinness, siguiendo los consejos de ZX, me he aficionado a la New Castle Brown (“la mejor cerveza marrón del mundo”), dice mi barrigudo amigo, siempre que le veo, agarrándome del brazo con su manaza y mirándome con ojos de fanático:
-¿Sabías que la Guinness es una variante condensada de esta cerveza?, y a la McEwan’s
(pss, más bien para comer con ella).
Aunque -y esto no se lo puedo decir a ZX, que es un incondicional de las cervezas negras- de vez en cuando, aprovechan do su ausencia, me tomo una Budweiser, una Heineken o una Carlsberg como aperitivo a media mañana. Pero eso sí, debo reconocer que a pesar de todos los consejos recibidos, cuando invito a mis amigos a comer a casa y les hago un chili con carne picantísimo, por mucho que proteste el barrigudo ZX y por mucho que el plato sea mejicano, lo que saco para aliviarles los sudores son unos tercios de Mahou. Porque uno tiene todavía ciertas preferencias nacionales.