TABERNA PACO MANTECA
Parece que Paco Manteca era nieto de un hombre que creció en la calle Valverde, y al que llamaban “Goyito”, pues creían que era hijo ilegítimo de Don Francisco de Goya, el gran pintor español, que vivía entonces en la calle Valverde, esquina con la calle Desengaño, y de una criada suya vecina del mismo barrio. No ayudaba a desmentir los rumores sobre su parentía, el nombre que la madre puso al muchacho, pues lo llamó Francisco y en el registro parroquial rubricaron su apellido con un rotundo Expósito.
Ya hecho un hombre, Francisco se casó con una mujer del barrio de la que no queda más recuerdo, salvo el hecho de que tuvo dos hijos, Francisco y Pedro, este último marchó a hacer las Américas y no regresó nunca ni volvió a dar noticias de sí, por lo que no se sabe si murió enseguida de llegar a América, ni si llegó a aquellas tierras.
Francisco hijo vivió con la madre hasta que casó con una chica de origen andaluz de nombre Carmen y que llamaban “la manteca” o “la atunera” porque preparaba lomo de atún en manteca, que servía a tabernas y posadas tanto de la zona como del barrio de Lavapiés. Por esto, los más ancianos del barrio pensaban que Carmen era de Cádiz.
De este Francisco y esta Carmen, nació otro Francisco que quedó con el primer apodo de la madre. Del chico “manteca” se sabe poco, salvo que ayudaba a su madre en el reparto por las tabernas, haciéndolo pronto él mismo sin más nadie. En estas visitas de reparto puede estar el fermento de su gusto por los bares y ambientes más equívocos del centro de Madrid.
De su mayoría de edad se sabe bastante más gracias a que Don Gregorio Monje, que se hizo cargo de la Bodega de la Ardosa en 1.970, encontró en el sótano de su establecimiento una barra de zinc en forma de ele (cuando a finales de los ochenta y principios de los noventa la familia Monje distribuía las cervezas Guinness y Bass, la guardaban en la nave que les servía de almacén). Comentando esto con sus clientes, alguno de ellos vino a recordar la taberna de Paco Manteca y al mismísimo Paco Manteca. Don Gregorio se interesó por el asunto y fueron bastantes los recuerdos y anécdotas que fue acumulando sobre el fundador de la taberna, Paco Manteca. Algunos de ellos provenían del recuerdo propio, pues algunos de los interlocutores, (no fueron más de dos o tres), llegaron a conocerle siendo niños; la mayoría de los recuerdos, sin embargo, procedían de lo que recordaban, habían sido comentarios de sus padres sobre el personaje.
Parece que el tal Paco Manteca era de natural jaranero e impulsivo, lo que le trajo algún encontronazo con la policía debido a pequeñas riñas. Pero parece que ninguna de ellas pasó a mayores. Gustaba en su primera juventud de los toros, el juego, la bebida, las mujeres y parece que disfrutaba de todo ello en exceso, pero nunca a la vez, lo que le mantuvo, por así decirlo, dueño de si y de su voluntad.
Anduvo de vez en cuando por la zona de la sierra recorriendo con unos maletillas las ganaderías para ejercitarse en el arte de la tauromaquia; al cabo de tres o cuatro días regresaba a casa de su madre, donde continuaba ayudándola, hasta su próxima salida. Pronto debió darse cuenta de que sus aptitudes para el toreo no eran notables y se contentó con conservar algunas amistades en ese mundillo, profesando admiración por el toreo de Gaona y Belmonte.
Uno de los hechos que más impresionaron a Don Gregorio y que era el que más contaba a sus hijos, Ángel y Rafael, se refería a cómo obtuvo el dinero para establecer su taberna.
Amigo del juego, conocía los lugares, las casas y las trastiendas donde se organizaban partidas de cartas, y en una de ellas parece que conoció a Eduardo Arcos Puig, el famoso ladrón de guante blanco, conocido en medio mundo como Fantomas, como Teddy Moran, como… Era el año 1.916. A pesar de la diferencia de estilos en lo personal, se cayeron bien y cuando Arcos montó un pequeño salón ilegal de juego contó con él para que le enviara algún “primo”. Y Paco Manteca le envió a un empresario andaluz al que Fantomas desplumó demasiado rápidamente.
Del dinero ganado, Arcos le entregó mil pesetas. A los pocos días este fue detenido en una pensión sita en la calle Apodaca nº3 y Paco Manteca no se atrevió a haber uno de ellas hasta tres años después, en que decidió asentar la cabeza casándose y abriendo la taberna.
También se contaba otra versión más sencilla según la cual ganó las mil pesetas jugando al tute subastado, pero prefería la primera.
La taberna no le fue mal porque atinó a traer algunos vinos de Cádiz y porque su lomo de atún en manteca, preparado ya por su esposa Rosario, era de sobra conocido.
A ella llegaban, cuando era temporada, multitud de subalternos y varilargueros con distinta suerte, “pero nunca buena”, como él decía. Se dejaban caer por allí y se contaban los unos a los otros sus fracasos, como si fueran triunfos, una y otra vez.
También terminaban allí la jornada algunos carteristas de las líneas de tranvía cercanas y vecinos que volvían cansados a casa después de una dura jornada en la obra (recordemos que aquellos años son los de la construcción de la Gran Vía, tan próxima a la taberna).
De vez en cuando, algún viejo compañero de correrías asomaba el hocico por allí para recordar viejos tiempos, pero Paco Manteca ya no gustaba de aquellas juergas, aunque solía visitar a su amigo Juan, que, tres años después que él, abrió otra taberna de gaditanos en el número 13 de la calle Embajadores y al que suministraba el famoso lomo de atún en manteca, y con quien terminaba en el “colmao flamenco” (aquí tuvo que ser donde, según decían, el Manteca pescó al “primo” para Fantomas).
Cómo no, constantes eran también las idas y venidas de los tenderos del vecino mercado de San Ildefonso y las de los chiquillos que entraban a pedir un vaso de agua.
Vivió la dictadura de Primo de Rivera, la dictablanda de Berenguer, y la proclamación de la república con indiferencia, ya que no hay testimonio alguno sobre sus simpatías políticas.
Antes de que estallara la guerra civil murió su esposa Rosario. A los dos meses de empezar y tras recibir la visita de varios milicianos que se fueron sin pagar, cerró las puertas de cuarterones y colgó un cartel: “CERRADO POR DEFUNCIÓN”. Nadie volvió a verlo.
Esta historia de Don Gregorio quedó grabada en la memoria de su hijo Ángel, que esperaba el momento de restaurar aquella barra de zinc y darla uso; de lo que se encargaron el señor Ciriaco y su hijo en su taller de la calle Serrallo, en el barrio de Tetuán. Durante la obra de reforma del local, al eliminar los revocos de las paredes, sobre las que se había pintado en infinidad de ocasiones, aparecieron una suerte de azulejos que se suponen ya estaban en la taberna original y que se datan en finales del siglo XVII, pero no hay tradición oral de cómo llegaron a esa pared.
Ahora, el actual propietario de la Ardosa, Ángel Monje, y su socio, Víctor M. Díaz Frey, han tenido la generosidad de devolvernos una antigua taberna madrileña y de resucitar su leyenda.